Por José Mª de Moya
La filosofía tiene la función de liberar al hombre, sirve para despertar la mente crítica y ser capaces de analizar el mundo que nos rodea más allá de la vista. Daniel Rosende, profesor de Filosofía y uno de los ponentes el próximo 6 de mayo en el I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades, también ejerce como divulgador en YouTube, acercando la filosofía a los más jóvenes y haciéndola comprensible para ellos. Acaba de publicar Narciso descubre Instagram.
En tu canal de YouTube, Unboxing Philosophy, al igual que en tu libro, aplicas la técnica de la narración. ¿Te consideras un narrador de la filosofía?
—Yo lo que hago es divulgación de la filosofía, tratando de hacer sencillo lo que no lo es. ¿Qué pasa? Que a veces para esto hay que hacer ciertas trampas. Si a mis alumnos les explico la alegoría de la caverna desde una perspectiva ontoepistemológica, hablando de la ascensión dialéctica… los he perdido. En su lugar, hago una materialización de la alegoría, pero siempre dejando claro que esto no es más que un recurso pedagógico y que necesitan un ejercicio de abstracción posterior.
¿Corremos el riesgo de banalizar la filosofía?
—Si te fijas en los vídeos que hago, cualquier persona sin conocimientos previos puede los puede comprender, ya que son contenidos introductorios. Pero, ojo, no quiero quedarme en lo superficial, los vídeos tienen la función de despertar la curiosidad. Tengo planeada una nueva colección de vídeos en los que se profundiza en estos contenidos, pero sin perder la atención del alumnado… aunque aún no he dado con la fórmula.
¿Por el otro lado, hay quien piensa que la filosofía ha pecado de academicismo?
—Desde luego. Es muy tentador cuando uno conoce el lenguaje técnico regocijarse con ese lenguaje que casi nadie comprende. Realmente me parece un acto de vanidad. Yo doy por hecho que el alumnado no tiene por qué saber nada y parto de lo más sencillo, se puede ver con mis vídeos. Otra cosa y ese es el gran objetivo, es que el video genere insatisfacción, se quiera más y el estudiante busque más material de estudio.
¿Hay que pegar la filosofía a la vida?
—Claro, es que la filosofía habla de nuestras vidas y a veces nos olvidamos de ello. En la alegoría de la caverna, el prisionero que logra escapar regresa para liberar a sus compañeros: se nos está diciendo que la Educación es la base para cambiar el mundo. Lejos de esa imagen cliché de filósofos encerrados en torres de marfil, la filosofía ha conseguido cambiar el mundo.
Por ejemplo, fíjate en Sócrates y en su idea de que es preferible sufrir una injusticia antes que cometerla: en el se basan los movimientos pacifistas de hoy en día. Ghandi logró derrotar a un imperio con esta idea. La filosofía no es un mero adorno intelectual. Cada uno de nosotros tiene un mapa mental, muchas de estas ideas no son nuestras, son heredadas y creo que es un ejercicio de responsabilidad el tratar de tomar consciencia de ellas y despertar la mirada crítica.
En tu libro, Narciso descubre Instagram, utilizas mitos clásicos y los aplicas al momento actual.
—Esa era la idea, ver cómo los mitos no son meros relatos fantásticos, detrás tienen brillantes consideraciones sobre el ser humano. Por ejemplo, el mito de Prometeo nos dice que el ser humano, si no fuera por la técnica, no habría logrado sobrevivir. La propia cultura está inscrita en la naturaleza humana, hay muchísimo pensamiento detrás de los mitos.
También planteas infinidad de dilemas éticos…
—Es que en la mitología griega encontramos dilemas éticos maravillosos para analizar: alianzas, traiciones, cuestiones sobre justicia… En la naturaleza humana hay muchas cosas que no cambian, el amor sigue existiendo, al igual que la guerra, el poder de las palabras…
¿A quién va dirigido el libro?
—Aunque fundamentalmente está dirigido a un público adolescente y universitario, la filosofía está pensada para cualquiera que quiera disfrutarla. A partir de 12 o 13 años se puede comprender, pero no es un libro paternalista o infantil, y también lo puede disfrutar una persona de 40 años. Me encanta una cita de Epicuro que nos recuerda que no hay una edad para filosofar.
¿Te parece que falta reflexión en los jóvenes?
—Si, para eso estamos aquí. Vivimos en la cultura de los discursos simplones, discursos hooligans. Cuando en clase propongo un debate, sin dar pistas sobre cómo debe ser, ya sé con lo que me voy a encontrar. Lo que entienden por debate es insultar al otro, hablar más alto que el otro… Pero cuando les explicas que un debate puede ser una conversación serena en la que integras las ideas del otro, o que el perdedor también gana porque está aumentando sus conocimientos, estamos consiguiendo un poco de moderación y prudencia.
Recuerdo, por ejemplo, el debate entre Chomsky y Foucault, me maravilló. Fue un debate de gran altura intelectual en el que había muchísima gente interesada… ¿Qué nos pasa ahora? ¿nos hemos vuelto tontos? ¿ya no nos interesa la cultura? Yo creo que sí nos interesa, pero nos falta debatir desde el profundo respeto, sin intentar dejarse mal al otro. Yo hecho de menos esa prudencia, esa capacidad de diálogo…
¿Qué le parece que desde determinadas posiciones ideológicas no impida a un conferenciante exponer sus ideas en público? Ha habido casos recientes…
—Me parece aberrante. Cualquiera tiene derecho a exponer sus ideas: las malas ideas se combaten con mejores.
Es la llamada cultura de la cancelación…
—No me gusta en absoluto. Yo no hablo abiertamente de mi ideología, pero te puedo asegurar que yo podría ir a un mitin de alguien opuesto a mis ideas y lo escucharía con atención y respeto. Para eso está nuestra capacidad de pensar y debatir. Ahora bien, mis alumnos me lo han planteado desde otra perspectiva. Hay gente que tiene un fuerte deseo de justicia social y eso es algo que me parece positivo, pero quizás también hay una excesiva emocionalidad… Aunque esto es una opinión personal. Yo lo que veo en clase es que, lejos de esa moderación, la gente se enciende muy rápido.
¿Generación de cristal?
—Culpabilizarlos por eso se me hace muy difícil. Soy consciente de que el alumnado es sensible y quizás no tiene esta cultura del debate tan necesaria. Y puede que esa carencia no les ofrezca las herramientas suficientes para gestionar este tipo de emociones.
¿La emotividad sustituye a la falta de reflexión filosófica?
—Puede ser. Una de las grandes ventajas de la filosofía es que empiezas a estudiar, por ejemplo a Platón… Y cuando el alumnado parece convencido, llega Aristóteles y destroza a Platón. Sigues avanzando en la historia de la filosofía y vas dando tumbos pero a la vez consiguiendo aceptar ideas diversas, escuchar dudando y como decía Ortega “a la vez que enseñas, enseñas a dudar de lo que estás enseñando”. Espero que no intenten matar la filosofía, pues a diferencia de Sócrates, somos muchos los que no estamos dispuestos a beber cicuta y vamos a defenderla hasta el final de nuestros días.
La filosofía y las humanidades en general siempre han sido la brújula. ¿No te parece que ahora, en medio de esta revolución digital, resultan urgentes?
—La ciencia sin ética y filosofía es una ciencia sin conciencia. Por su propia naturaleza, la ciencia no se preocupa del bien o de la justicia, tiene su metodología y está al servicio de quien la contrate. Te pongo un ejemplo un poco polémico, si buscas información descubrirás que en 1994 Estados Unidos estuvo diseñando una bomba pensada para que los soldados enemigos se volviesen gays.
Hay un capítulo de Mary Shelly que habla de esto. Aunque muchas personas crean que Frankenstein sea una obra de terror ni mucho menos, hay mucho pensamiento. Lo que Mary Shelly nos está transmitiendo es que la ciencia y tecnología pueden generar monstruos si no la usamos con prudencia. La tecnología se puede usar para construir muros, pero también puentes. No olvidemos que la ciencia depende de nuestras ideas.
Vas a participar en el I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades y vas a explicar cómo hacer apasionante la filosofía, ¿nos adelantar algún consejo?
—El primero es que para mí la filosofía no es trabajo, es una forma de vida y yo creo que eso los alumnos me lo notan. Yo me paso la vida estudiando y disfrutando la filosofía. Después, yo no llego a clase y les digo abran el libro por la página tal, yo llego a clase, les miro a los ojos y les planteo preguntas que crean verdadera curiosidad. Son ellos los que quieren saber más, la filosofía intrínsecamente produce curiosidad.
¿También a los adolescentes?
—A veces los ridiculizamos, decimos que están atontados y que no tienen inquietudes… ¡Claro que las tienen! Es verdad que, si les preguntas qué es una buena vida, te dirán que es estudiar para conseguir un trabajo y pasarlo bien gastando. Pero si profundizamos un poco más y les damos argumentos, el interés que muestran es absoluto.
¿Qué pueden hacer los profesores ante este panorama?
—Más que nada renovarse. Yo todos los años creo materiales nuevos y aunque no es lo más práctico, es lo más conveniente. Es mi responsabilidad reciclarme, a medida que cambian las generaciones yo tengo que hacer un mayor esfuerzo por conectar con sus nuevos intereses. Tampoco quiero convertirme en un muñeco de paja, no voy a ponerme a bailar tiktoks, pero sí quiero entender su lenguaje.
Para terminar, ¿algún secretillo para superar los 300.000 suscriptores en YouTube?
—Son muchas cosas. No había ningún canal que se pareciera al mío, los había muy extensos, humorísticos… pero académicos y con los contenidos explicados, no. Además, subir videos a Youtube no es ponerte delante de la cámara, hacer una clase magistral y subirlo. Youtube tiene unos códigos que no están escritos en ningún lado pero todos sus consumidores conocen.