Por Guillermo Balmori
Ayer me volvió a pasar, da igual cuándo leas esto. Preparé mi clase con calculada precisión para que me diera tiempo a dar una breve explicación, a ver un pequeño vídeo que la ilustrara y a realizar después una actividad que implicara la comprensión y el análisis de un texto histórico: no pudo ser. Y, como casi siempre, no pudo ser porque la lectura del texto nos llevó mucho más tiempo del que yo había estimado por un simple hecho. Un hecho tan simple como doloroso: mis alumnos no leen bien.
Y he escrito «no leen bien» porque escribir que «no saben leer» me parece muy duro, al margen de que se trate de una generalización injusta para una minoría. Pero quizá no debería ser tan políticamente correcto para denunciar la que considero que es la principal dificultad que tiene nuestro alumnado para alcanzar un adecuado rendimiento académico.
Las razones de esta limitación son múltiples y variadas, pero se resumen en una: no leen bien porque leen muy poco, o nada. Vivimos en una era muy visual que nos entretiene, y educa, a golpe de imágenes. Y conste que esta circunstancia no tendría por qué ser negativa. Disfruto mucho del cine, de la televisión y de las posibilidades que brindan internet y las redes sociales, también para mis clases. Pero la realidad es que esta era visual supone una amenaza constante al nivel lector de nuestros alumnos.
Desde nuestra tarea de docentes, tanto maestros como profesores poco podemos hacer para cambiar esta realidad a nivel social. Pero podemos hacer mucho por transformar su utilización y sus consecuencias en nuestras aulas. Y creo que es, hoy en día, nuestra principal obligación.
En primer lugar, por supuesto, porque las dificultades que arrastran nuestros alumnos con la lectura dificultan enormemente su comprensión de los libros de texto a los que se enfrentan, aunque sean libros digitales. Ello significa que comprenden menos de lo que deberían el temario básico de cualquier asignatura, no solo de las de humanidades. Un alumno con escasa comprensión lectora tendrá también dificultades, en ocasiones insalvables, para resolver un problema de Matemáticas o un ejercicio de Física.
Pero, además, estamos privando a nuestros alumnos de una fuente de información extra para ampliar sus conocimientos de manera autónoma. Desde la popularización de la imprenta los seres humanos hemos podido acceder al saber atesorado por los demás de una forma más directa, sin estar sujetos a la disciplina de unos estudios reglados o al arbitrio de un maestro. Esto ha permitido la formación continua de generaciones de seres humanos que han podido desarrollar así sus inquietudes y colaborar en el progreso intelectual de la humanidad.
Encontramos también una razón que justificaría por sí misma una actuación conjunta por parte de todo el profesorado, y es la dificultad que tienen nuestros alumnos para sacar una conclusión personal de un texto que hayan leído. Si tienen dificultades para extraer la idea principal de un fragmento literario o científico, resultará del todo imposible que consigan generar una idea propia a ese respecto. Mal puedo opinar de un asunto que no he comprendido. Y cuando uno no tiene una opinión propia, suele copiar, por comodidad o por ignorancia, las ideas de otro. Preferentemente las que sean expuestas de una forma más sencilla o, mejor dicho, más simple.
Por último, aunque no menos importante, privar a nuestros alumnos del placer de la lectura es condenarlos a otros placeres más elementales. Estamos arrojando a toda una generación a los brazos del consumo compulsivo de vídeos absurdos, de conversaciones intrascendentes y de cualquier otra forma de entretenimiento que requiera un escaso esfuerzo intelectual. Y cuando quieren hacer un esfuerzo adicional, por voluntad propia o por imperativo académico, muchos, simplemente, no pueden o no saben.
Por todo ello, nosotros, como docentes, tenemos una enorme responsabilidad. Y creo que una irrenunciable obligación. Todos, desde maestros de Infantil y Primaria hasta profesores de Secundaria de cualquier asignatura, tenemos la obligación de provocar de alguna manera que nuestros alumnos lean más.
Recientemente se publicó un estudio que decía que los adolescentes españoles leen más que antes. Se refería dicho estudio a la lectura como entretenimiento, como ocio. Tengo muchas dudas respecto a esta afirmación, pero no es relevante para lo que quiero exponer aquí, porque donde yo creo que se lee menos es en el ámbito escolar: los libros de texto son cada vez más sencillos y tienen más dibujos y fotografías, las actividades son cada vez más interactivas y en los exámenes cada vez se abusa más de los formularios que implican escribir menos, o nada.
Por ello, somos nosotros los primeros que tenemos que cambiar la situación. Debemos dejar libros a su alcance, debemos hacer que lean en clase y en su casa, debemos buscar lecturas atractivas para analizar, para explicar o para profundizar en el tema correspondiente, debemos enseñar a comprender y encargarles resumir textos de muy diferente índole como tarea, debemos conseguir que sean capaces de extraer las ideas principales de un fragmento y debemos exigir que sean capaces de sintetizarlo con sus propias palabras. Todo ello implica un mayor esfuerzo por nuestra parte, tanto en la fase de preparación de nuestras clases como, obviamente, en el momento de su evaluación, pero no podemos, no debemos dejar de hacerlo.
Y no debemos dejar de hacerlo porque, además de las dificultades académicas expuestas, un adolescente que hoy no lee porque no entiende lo que lee puede ser mañana un adulto que simplemente repite lo que otros piensan y que no piensa lo que hace ni lo que dice. Un peligro.