Por Leticia Fernández
José María Torralba, catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad de Navarra y director del Centro Humanismo Cívico, cree que existe un prejuicio cultural fuerte en relación con la filosofía. Piensa que el futuro de los estudiantes está fuertemente encarrilado, ya que todos tienen que saber desde el primer día a qué profesión quieren dedicarse. Torralba, que participará en el I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades, asegura que prácticamente todos los alumnos que conoce han desarrollado pasión por la filosofía gracias a su profesor. Además, según los rankings, los estudiantes que se arrepienten de haber escogido una titulación no suelen pertenecer a Humanidades.
Se viene denunciando que la filosofía como tal ha desaparecido en la escuela: ¿mito o verdad?
—Es cierto que ha desaparecido de la ESO, a pesar de que, al comienzo de la tramitación de la Lomloe, todos los partidos apoyaron unánimemente que la Ética fuera obligatoria (esta es, probablemente, de las pocas cuestiones sobre las que ha habido unanimidad en el Parlamento). Por razones que aún no consigo comprender, al final el Gobierno decidió eliminarla. Lo denunció con rotundidad la Red Española de Filosofía. Se decía que esos contenidos ya quedaban cubiertos con la nueva materia de Educación en valores cívico y éticos, pero no es así.
¿Qué diferencia hay entre enseñar ética y valores?
—Hay una diferencia abismal. Como bien explicó Fernando Savater, la cosa “no va de decir que hay que ser bueno”. La ética proporciona conceptos y cultiva hábitos intelectuales para que el alumno piense por sí mismo acerca de los asuntos morales. En asignaturas de valores, casi inevitablemente, se transmiten unos en concreto, decididos por el gobierno de turno (basta mirar las competencias fijadas en el BOE para comprobarlo). Y queda abierta la puerta al adoctrinamiento. Personalmente, me parece bueno que se incluya la educación cívica en el currículo, pero no de esta manera ni, sobre todo, a costa de la Ética. Es cierto que en varias comunidades han incluido una optativa de Filosofía, pero se ha perdido la oportunidad de mejorar la Educación de todos. En cambio, en 2º de Bachillerato se ha vuelto a convertir en obligatoria la Historia de la Filosofía (algo que se había perdido con la Ley Wert). Eso es un avance, porque el acceso directo a los textos de los grandes pensadores es lo mejor que podemos aportar a las nuevas generaciones.
¿Cree que en la escuela existe una campaña de devaluación de la filosofía en particular y de las Humanidades en general?
—No diría que se trata de una campaña orquestada desde un cenáculo, sino algo peor: el fruto de la ignorancia complaciente de los responsables educativos. La expresión es de mi colega de la Universidad Autónoma de Madrid Diego Garrocho. Los gobiernos de las últimas dos décadas (del PSOE, PP y Podemos) no sólo han sido incapaces de alcanzar un pacto de Estado en Educación, que es el asunto decisivo para una sociedad; además, han ido marginando las Humanidades en el currículo. Basta comparar los planes de estudio de EGB y BUP con los actuales. Diría que ha sido más por ignorancia que por maldad, lo cual hace que no tenga un remedio sencillo.
—Recuerdo que, en mi años de estudiante universitario, en los encuentros familiares, al decir que había elegido Filosofía, siempre se creaba un incómodo silencio. Nadie quería ofenderme al preguntar: ¿y de qué vas a vivir? (He de aclarar que mis padres siempre me apoyaron). En cambio, durante esa época pasé unos meses en Alemania. Cuando conocía a alguien y le decía que estudiaba Filosofía, me miraba con respeto. Gran diferencia. Efectivamente, hay un prejuicio cultural fuerte.
¿Y a qué se debe?
—Tiene que ver con que en nuestro país los estudios universitarios están excesivamente “encarrilados”: parece que desde el primer semestre de primero ya se puede ver cuál va a ser tu futuro. En la mayoría de países hay mayor flexibilidad, porque se considera que los años universitarios son para adquirir una formación intelectual sólida. Y eso se puede lograr perfectamente estudiando Filosofía o Historia. Los empleadores deberían ser más conscientes de que muchos de quienes eligen carreras de letras lo hacen con un fuerte sentido vocacional, porque es su pasión. Me atrevería a decir que el mundo empresarial necesita más personas apasionadas y creativas, capaces de ver más allá de la tarea concreta que se les encomienda. Además, en los rankings sobre cuáles son las titulaciones que la gente se arrepiente de haber cursado, no suelen estar las de Humanidades.
¿Considera correcta la manera en la que se imparte Filosofía actualmente en las aulas?
—Casi todos los alumnos que conozco me dicen que lo decisivo para que les haya interesado la filosofía ha sido el profesor. Y he tenido la suerte de conocer a muchos docentes de Secundaria y Bachillerato extraordinarios. Lo que tienen en común no es un método, sino la pasión por enseñar a pensar. Quizá, por contraste, lo que casi seguro que no funciona es tratar los temas y autores filosóficos como algo muerto o al modo de un conocimiento meramente histórico (en el sentido de colección de datos). Como decía Kant, y gustaba recordar a nuestro García Morente, “no se puede aprender filosofía, pero sí a filosofar”. La filosofía no puede “encerrarse” en unos manuales, ni siquiera en los textos de los autores. El arte de enseñarla consiste en mostrar la necesidad de plantearse los interrogantes filosóficos. No son cuestiones bizantinas, ni para frikis. En ellas nos jugamos el tipo de vida que vamos a llevar.
¿La filosofía ayuda a mejorar el rendimiento escolar en otras materias?
—De modo generalizado, los profesores echamos en falta que los alumnos lleguen con más capacidad de argumentar a la universidad. Incluso los que tienen notas medias muy altas son capaces de hacer resúmenes o síntesis excelentes, pero raramente se sienten cómodos elaborando un argumento propio, en el que se comparen diversas opiniones o teorías y tengan que tomar postura ante ellas. Diría que si algo debe enseñar la Filosofía —desde el punto de vista metodológico— es a argumentar. También a desarrollar la capacidad de captar lo relevante, es decir, a no quedarse en análisis superficiales. Esto contribuye a mejorar el rendimiento académico general.
¿Y nos ayuda a convertirnos en mejores personas?
—Ni la filosofía ni las Humanidades nos hacen mejores personas. A veces se emplea ese argumento, bienintencionado, pero equívoco. No hay una relación directa entre las Humanidades y la calidad moral de las personas o las sociedades. Ni se deben promover con ese fin, pues supondría instrumentalizarlas o, peor aún, adoptar una postura moralizante, tan extraña a este tipo de saberes. Las Humanidades son necesarias porque nos permiten comprender qué significa ser humano, pero habitualmente las buscamos porque sí, por un interés desinteresado: el que despiertan en nosotros lo verdadero, lo bueno y lo bello. Desde luego, las Humanidades cultivan el espíritu y contribuyen a que las personas desarrollen el mundo interior o vida intelectual, como argumenta Zena Hitz en su precioso ensayo Pensativos. Los placeres ocultos de la vida intelectual. En este sentido, son una condición para llevar una vida más humana, pero no bastan por sí mismas ni es su finalidad específica.
¿Considera que iniciativas como el I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades son necesarias?
—Me parece una iniciativa excelente y, por lo que hemos hablado, más necesaria que nunca. Es una ocasión de pasar de la queja, a veces estéril, sobre la marginación de la Humanidades, a la acción. Alejandro Llano, que es mi maestro en la vida universitaria, dice que lo esencial en la tarea educativa es “leer, reunirse y hablar” (hoy día, algo prácticamente revolucionario). Este encuentro lo hace posible, con gente muy variada, de numerosos países, como tuve ocasión de comprobar el año pasado en el I Encuentro de Profesores de Religión. Me parece particularmente valioso reunir a profesores de Historia, Filosofía, Religión y Literatura, porque se trata de los saberes humanísticos básicos (además del Arte). No se pude comprender el mundo en el que vivimos sin una formación básica en ellos. Además, el diálogo entre quienes cultivan disciplinas habitualmente separadas como la Filosofía y la Religión es muy conveniente. Ambas ofrecen respuestas complementarias y mutuamente enriquecedoras a los mismos interrogantes. Es algo que estoy comprobando ahora como profesor en el nuevo Máster en Cristianismo y Cultura Contemporánea de mi universidad.
¿De qué hablará en su ponencia?
—Tratará sobre un método apropiado para cualquier materia humanística: los Seminarios de Grandes Libros. Está muy desarrollada en otros países, pero aún es poco habitual en el nuestro. El objetivo es fomentar la lectura directa de los principales textos de la tradición cultural con un formato de seminarios dialogados. Lo más valioso de esta metodología es que ayudan a descubrir que, además de objetos de estudio y conocimiento, las grandes obras de la literatura y el pensamiento nos interpelan personalmente. Ofrecen orientación para guiar la propia vida y organizar la sociedad. Es hora de cambiar e ir directamente a los textos. Compartiré con los asistentes la experiencia docente adquirida en estos últimos diez años, que he puesto por escrito en Una educación liberal. Elogio de los grandes libros (Encuentro, 2022).