Por José Mª de Moya
La Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI) es el mayor organismo de cooperación multilateral entre países iberoamericanos de habla española y portuguesa. Su secretario general, Mariano Jabonero, ha sido reelegido por cinco años más, lo que le mantiene como el único español al frente de un organismo internacional. El próximo 6 de mayo intervendrá en el I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades.
Se cumple el primer mandato, ¿qué tal ha ido la reelección?
—Muy clara, la verdad. Ha sido unánime, cosa insólita… nunca había pasado antes. Aunque realmente el primer éxito de la Asamblea ha sido lograr sentarnos en la misma mesa los 23 países. Yo les suelo decir, hablad por favor, aunque sea de fútbol, pero hablad… Todos los países enviaron una nota apoyando al candidato. De hecho, no hizo falta votación.
Se ve buen ambiente…
—La comunicación con los ministerios de Educación ha sido muy fluida, incluso más de lo habitual por la pandemia. Las reuniones presenciales son más difíciles y caras, de forma virtual todo es más fácil… Ha sido muy frecuente mantener reuniones con más de seis ministros.
Es curioso, la Educación hace compañeros de viaje a rivales políticos.
—Sin duda, la educación, la cultura y la ciencia son tres elementos que nos unen. No son objeto de debates políticos radicalizados. Es más, países muy alejados políticamente están compartiendo muchos proyectos, como por ejemplo la formación de docentes. En los últimos años hemos formado a cientos de miles de docentes desde la OEI. Es un programa que ha formado a docentes desde Chile hasta México, pasando por España o Portugal. Se monta el programa, se apuntan y aquí nadie pregunta de dónde viene cada uno.
¿Deberíamos aprender en España?
—Sí, pero hay una diferencia. Aunque la Educación es siempre un ámbito opinable, en cuestiones de cooperación el nivel de opinión baja mucho. Cuando estás trabajando con otro no quieres molestarle. Por otra parte, en cooperación se trabajan temas muy concretos, muy prácticos… y te puedo asegurar que nunca ha habido un programa sobre filosofía de la Educación. No lo ha habido porque nunca porque nadie lo ha pedido. Siempre nos hemos centrado en temáticas concretas: como mejorar la habilidad lectora, etc.
¿Latinoamérica recorriendo el camino que inició España hace unos 20 años?
—Sí, pero yo me remontaría más atrás. Aquí primero hubo una Ley del 70 que permitió una escolarización generalizada, después una construcción masiva de centros educativos y posteriormente la creación de la Formación Profesional. Allí ahora mismo están con la construcción de centros escolares. Hay casos como el de República Dominicana en el que han llegado a duplicar el presupuesto en Educación. Se me quejaba un ministro de Educación de que el presupuesto se dedicase en gran parte a construir escuelas, pero claro, es la base para poder escolarizar a todos los niños.
Sí hay una gran diferencia con la transformación educativa española de los últimos 50 años y es que ahora se hace en un entono digital y eso lo está cambiando todo.
¿España sigue inspirando a Latinoamérica?
—Ya no tanto, tenemos que admitir que España fue un país muy de moda durante la transición, tras la dictadura, con entrada en la Unión Europea… Antes había una gran admiración al modelo español pero ya no tanto.
¿Qué países latinoamericanos son los que más están tirando?
—Hay países que tienen una evolución educativa más rápida y mejor, otros peor, pero hay que tener en cuenta la historia de cada país. Hay países, como Uruguay, que es el líder en el ámbito educativo, que tiene poco más de tres millones habitantes, casi sin montañas y sin guerras civiles. Por otro lado, El Salvador salió de una guerra civil en 1992, ha vivido una posguerra, una emigración importante… No son comparables.
Sin pretender hacer comparaciones odiosas, ¿quiénes están liderando el cambio?
—Países que han hecho un esfuerzo educativo importante son Uruguay, Colombia, Paraguay, República Dominicana y Argentina. En Colombia se ha hecho un gran esfuerzo educativo: siempre pongo de ejemplo su Programa de 0 a 5 de formación de lectores que se ha copiado en muchos sitios. Parte del principio de que un buen lector se forma en los cinco primeros años.
Y sin olvidar a Portugal que es el país que más ha mejorado en PISA de toda Europa. Aunque hay que esperar porque el impacto de las políticas educativas hay que medirlo en el medio y largo plazo.
En este contexto tan colaborativo, ¿sería pensable un pacto educativo latinoamericano?
—Es uno de mis objetivos, no creo que sea demasiado difícil si se habla de unos mínimos. Tuve una entrevista reciente con el Papa Francisco y me animó a que trabajáramos en ese sentido. Me lo he marcado como objetivo pero hay que tener en cuenta que son 23 países con diferencias abismales.
¿Hasta qué punto este progreso educativo ha ayudado a transformar social y políticamente a Latinoamérica?
—En un hecho que la Educación ha suavizado la llamada cultura del privilegio, muy arraigada allí, en la que una minoría tiene acceso a todo y la mayoría no tiene nada, por una pura cuestión de cuna. Según un estudio de Banco Mundial, una persona analfabeta, cuando deja de serlo, duplica su renta.
La reducción de la pobreza en América Latina ha sido significativa, aunque lamentablemente haya vuelto por el coronavirus. América Latina ha sido la región del mundo que más ha crecido en número de estudiantes universitarios, unos 73 millones. Muchos de estos universitarios son los primeros de su estirpe que pueden acceder a estos estudios, lo que les va a abrir otras oportunidades.
Aun así, ¿sigue habiendo mucha fractura social? Se evidencia por ejemplo la escolarización en la escuela pública y la privada…
—Es el eterno problema de distribución de la renta. Las vías para evitar eso son la Educación y las políticas fiscales. Sin embargo, América Latina tiene un problema previo muy grave y es que la productividad es muy baja y no ha subido desde 2016. El presidente de Colombia me lo decía recientemente: si no hay productividad no hay riqueza y sin riqueza no hay reparto. No se incrementa esa productividad y por tanto la presión fiscal tampoco ha podido aumentar lo necesario.
¿La Educación sigue siendo ese ascensor social?
—Yo creo que ya no tanto. Hay otros elementos que influyen mucho. Por ejemplo, no se trata solo de estudiar mucho sino de si lo que estudias es pertinente para la economía del país porque, si no, te vas a ir al paro. En algunos países, muchos jóvenes estudian Derecho, aunque no es la profesión más requerida en su país, por lo que pueden terminar trabajando como taxistas.
La transformación digital es otro de sus objetivos. Cuéntenos.
—Sí, aunque es un objetivo complejo porque con la pandemia nos dimos cuenta de que más la mitad de los chicos no tenía conectividad. Fueron 180 millones de niños confinados que perdieron dos cursos educativos. Lo que hicimos fueron soluciones de educación remota de emergencia. Ahora necesitamos una secuencia ordenada, una adaptación curricular con currículos menos pesados, más significativos y un profesorado más formado y comprometido. En todo eso es en lo que estamos trabajando con apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo.
Terminemos en lo alto hablando de humanidades. En este contexto tan digital, ¿qué le lleva a inaugurar el I Encuentro Iberoamericano de Profesores de Humanidades?
—Estoy convencido de que una persona bien formada y competente para ser un buen profesional, debe ser también un buen ciudadano. De otro modo, estaríamos en manos de esos doctorados de Harvard que trabajaban en Lehman Brothers y que resultaron ser unos delincuentes que arruinaron el mundo. Decía el presidente de Uruguay que las personas somos como cualquier bicho, pero con alguna diferencia: tenemos lenguaje y, además, tenemos conciencia que nos hace responsables de nuestros actos y nos permite distinguir entre lo que está bien o mal.
Además de eso, añado yo, necesitamos dar sentido a nuestra vida. También de eso me hablé con el papa Francisco. Me dijo que trabajáramos para que los chicos den sentido a sus vidas, para no vayan como pollos sin cabeza.